VIVENCIA DE LA PLENITUD CONFLICTIVA EN
TEMBLOR ACORRALADO, DE
PEDRO JUAN AVILA JUSTINIANO
Dra. María de los Milagros Pérez Toro
Dept. Estudios Hispánicos
Pontificia Universidad Católica de PR
El poemario Temblor Acorralado (Editorial Guajana, 2005) sintetiza
los sabores que ha acumulado Pedro Juan Avila Justiniano durante los
muchos años que lleva cultivando la poesía, como fuente de su obra teatral y
en el género de la lírica propiamente. En el contexto de la profunda crisis
socioeconómica, política y moral que vive Puerto Rico en el llamado mundo
postmoderno, este artista de la palabra examina el camino que ha andado
hasta la fecha y toma su opción estética y ética para continuar creciendo en el
ejercicio de su vocación de poeta. No llueve sobre mojado repitiendo las
letras de sus cantos anteriores. No nos ofrece la fórmula salvadora de su
panacea personal. Tampoco se afilia a la certeza de que todo ideal ha
muerto, ni se acomoda en la ambigüedad de la palabra bella pero paralizante
cuando de reconocer “la cara sucia de la vida” se trata.
La voz de Temblor Acorralado no se propone darnos el poema
decantado y pulido que, según nuestro sistema literario, debemos esperar de
los creadores que han llegado a su mayoría de edad lírica. Los versos que
vamos a leer en este poemario se nos presentan como el producto de una
actitud incorforme, de exploración, la cual se manifiesta por medio de la
franca oralidad con que el hablante–poeta sale en busca de un discurso que
refleje el mundo caótico que se vive. La persona lírica que abre para su  
público el espacio de su experiencia creadora nos lo comunica en el poema–
pórtico del libro, titulado “Mi temblor acorralado”. Dice así:
Vuelco y revuelco páginas
...
como espejos donde se entrecruzan
...
remiendos de poemas deconstruidos.
Pretendo bordear el disimulo
de la palabra aromada
escamotear el encanto
de páginas melancólicas.
...
No pido que perdonen mi embestida
a las campanadas de sopor.
...
Las certezas son a veces platos mansos
de rosadita conveniencia.
No cantaré esta vez
a manantiales y corrientes aguas.
No desvelaré mi vieja noche
de sueños y besos.
No es que desprecie el alba
o desdeñe el crepúsculo.
Es que quiero rogar
por los que no tendrán otro mendrugo
que su grillete de cada día
ni otro confesor que su cepo verdugo.
Los que comulgan con el crac y la heroína
o se beben del licor su rabia.
No es el ruego de las ebrias mentiras
gusaneras de edenes corroídos
aureolas como rejas  
sombras como momias
ante la cara sucia de la vida.
En esta plegaria sangra
mi temblor acorralado (p. 7-10)
Ya establecido su proyecto lírico, este hablante–poeta que se
identifica con el autor de la obra, nos llevará por las cuatro estaciones de su
aventura creadora que recoge el libro. “Temblorosa Soledad” es la primera.
Le sigue “Tembloroso Camino”. “Tembloroso Delirio” es la tercera y
“Desacorralando Huellas” es la cuarta. Como puede observarse con sólo
darle la primera ojeada al libro, cada uno de estos puntos de partida hacia el
objetivo final del hablante–poeta aparece precedido por citas líricas, o sea,
por fragmentos de voces poéticas afines a nuestro autor, que guían a los
lectores en el proceso de contagiarse emotivamente, –más por medio de la
intuición que de la razón–, con los motivos que inspiran el sentido total de la
obra.
El emisor–poeta aplica sus saberes a partir de la poesía, concebida
ésta como vivencia central de su persona, y se sitúa en un discurso
neovanguardista surrealizante, auxiliado por reminiscencias del
expresionismo, el cubismo, el creacionismo, el ultraísmo y el
neorromanticismo. Como es característico en la poesía de Pedro Juan Avila
Justiniano, la palabra lírica quiere existir en íntima relación con la realidad
que la produce, aun cuando esa realidad sea dolorosa y angustiante.
El discurso neovanguardista de Temblor Acorralado se propone
construir el anhelo de unidad entre el poeta y los seres humanos sufridos y
marginados de nuestro entorno social, entre el poeta y la madre naturaleza,  
entre el poeta y la mujer, entre el poeta y su familia extendida, entre el poeta
y la poesía. A medida que los lectores transitamos por cada una de las cuatro
estaciones del texto, vamos comprendiendo que ninguna de estas facetas de
la búsqueda que verbaliza el hablante–poeta es superior a las otras. Por el
contrario, cada faceta es igualmente importante y esencial para alcanzar la
plenitud existencial que el poeta anhela.
Ese estado de gracia que se desea no implica la supresión de los
conflictos que hieren a la persona lírica, sino el hecho de que ésta los asume,
aun cuando estén centrados en seres reaccionarios y enajenados. Los asume
a la manera de un ser en el cual coexisten alegría y dolor, frustración y
esperanza, el poder de comunicar visiones liberadoras y los efectos de la
resistencia que a ellas opone el caótico mundo exterior. Ese estado de gracia,
como puede verse, no es un logro individualista del poeta aislado. Lo que se
anhela es un fenómeno de comunicación lograda, a través de la poesía que
propicia el amor, la solidaridad y la volundad de crecer desde la comunidad
inmediata hacia la patria y la humanidad.
La vivencia de la plenitud conflictiva se resume en la metáfora de
raigambre barroca que sirve de título al poemario, Temblor Acorralado, cuya
imagen surrealizante es el árbol dramáticamente contorsionado por fuerzas
internas que pugnan por brotar hacia afuera. Si observamos atentamente
dicha figura en la portada del libro, veremos que uno de sus brazos ha
fructificado en un gran capullo marchito, que no logra abrir, mientras que el
otro es un muñón cicatrizado y sin flor. Esta imagen, emblemática de la
lucha por vivir plenamente, nos refiere al anhelo de conexión, de unidad del
poeta con los poderes originarios del universo. Desde esta perspectiva  
comprendemos mejor la opción ética y estética del hablante–poeta: esos
reflejos entrecruzados de “remiendos de poemas deconstruidos” que nos
ofrece al iniciar su discurso lírico.
Recordemos que en todas las culturas se ha considerado siempre a la
poesía como el lenguaje literario por excelencia. Los escritores de la
vanguardia histórica, herederos del romanticismo y del simbolismo, vieron
en la poesía lírica la más alta manifestación literaria. Por eso, para llevar a
cabo su revolución estética y ética, acudieron a la deconstrucción del poema
modernista. Es decir, se dieron a la tarea de liberar la palabra lírica de sus
compromisos con las formas y los significados finiseculares del discurso
moderno que habían quedado trascendidos. Las nuevas realidades que
surgieron en Occidente en torno a la emergencia del capitalismo imperialista
a fines del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, ocurrida entre 1914 y
1918, precipitaron la crisis de la cultura occidental que ocurrió en aquel
entonces y, con ella, la crisis de los modos consagrados de crear obras de
arte. La poesía hispánica alcanzó una extraordinaria madurez durante la
primera mitad del siglo XX, debido sobre todo a la intensa experimentación
con que nuestros nuevos poetas incursionaron en el lenguaje literario de sus
respectivas patrias para superar la crisis. En Puerto Rico, donde tantos
movimientos de la vanguardia histórica surgieron entre 1919 y 1935,
numerosos poetas han vuelto una y otra vez al experimentalismo literario con
el fin de hallar camino propio para actualizar nuestra poesía, según la
realidad del país y del mundo que se transforma y presenta nuevos retos.
Pedro Juan Avila Justiniano es uno de esos poetas que no se han
conformado con la retórica al uso. Al transitar por Temblor Acorralado lo  
vemos expresarse mediante un discurso que sintetiza las lecciones de la lírica
postmodernista y postvanguardista que aprendió con Manuel Joglar Cacho, y
también las de aquel neovanguardismo que comenzó a transformar la poesía
puertorriqueña a partir de los poetas de la promoción del sesenta. Fue
entonces cuando empezamos todos a vivir en profunda amistad con poetas
revolucionarios como Miguel Hernández, Pablo Neruda, César Vallejo, Blas
de Otero, León Felipe y Julia de Burgos, entre otros. A esto se suma el
hecho de que a través de su intensa labor como dramaturgo, ha aprendido
mucho del surrealismo hispanoamericano, cuya vena continúa fluyendo
inagotablemente en todos los géneros literarios, así como en otras de las
bellas artes latinoamericanas.
Veamos, aunque sea brevemente, algunos de los textos más
significativos de esa síntesis. Me refiero a poemas en los cuales el
“temblor”de la vida que el poeta necesita comunicar queda “acorralado” en
estructuras líricas de lograda calidad artística.
En “Temblorosa Soledad”, la primera estación del libro, aparece “La
soledad es una calle húmeda”, con epígrafe del inolvidable amigo y
extraordinario poeta Edwin Reyes. Esta serie de versos que, como todos los
del poemario, se ha escrito utilizando el mínimo de puntuación requerida,
recrea la oralidad sosegada de la persona lírica. Su voz nos presenta el poeta
como un marginado social que sufre, pero sin la virulencia del maldito,
atento a la belleza que en cualquier momento es capaz de iluminarle con el
don de la poesía. “La soledad es una calle húmeda” recuerda hasta cierto
punto a aquel joven poeta euforista puertorriqueño que en 1922 se figuró a sí
mismo asomado a una ventana que da a la ciudad, cerca del mar, ocupado en  
la ambiciosa búsqueda de una nueva identidad lírica para sí y para la poesía
de América. Me refiero a Vicente Palés Matos y a su poema “Soy”. El
angustiado hablante de Pedro Juan Avila Justiniano halla la poesía que alivia
su desesperanza, pues “...una ola obstinada / le acerca una botella / llena de
luceros” (p. 15-17).
“Te requirió la muerte”, con epígrafe de Miguel Hernández, aparece
en “Tembloroso Camino” y, como casi todos los poemas de esta segunda
estación, tiene un marcado sabor teatral. En este caso, el personaje en escena
es un suicida que lleva a cabo el acto de quitarse la vida, sin melodrama, con
la intensidad que le confiere al poema la economía de palabras que le ha
servido al autor para crear las imágenes de un drama humano auténtico.
Otro poema de esta sección que merece destacarse es “La voz vegetal
de la abuela”. La voz propia y madura que ha construido Avila Justiniano en
esta bella alegoría campesina, celebra la ingenuidad de un niño que no ha
perdido aún el paraíso de la infancia, ese maravilloso espacio de su vida que
todavía puede custodiar la abuela, su ángel jíbaro. Lo aprendido con el
Maestro Joglar Cacho y la neovanguardia se funden aquí en un texto de
luminosa emotividad y originalidad.
El amor erótico y la mujer son los motivos centrales de la tercera
estación, titulada “Tembloroso Delirio”. Aquí nos deleita el poema erótico
titulado “Mujer de fruta democrática”, cuyo epígrafe está tomado del bolero
“Virgen de medianoche”, que popularizara Daniel Santos. El hablante–poeta
solicita los favores sexuales de una “geisha” tropical cuyo estímulo erótico
preferido es de índole intelectual: la poesía. Este discurso lírico rezuma
agilidad expresiva, donaire imaginativo y respeto hacia la dignidad de esta  
prostituta ilustrada. Es un texto que trabaja exitosamente esa línea del verso
galante que los poetas hispánicos han cultivado desde los albores del
Renacimiento hasta hoy.
En “Desacorralando Huellas”, la estación final de nuestro viaje,
encontramos varias elegías que se caracterizan por la serena aceptación de la
muerte, aun de aquella que ocurre impensada y súbitamente. Comunicar el
dolor que se siente libera a la persona poética y le permite acercarse más a la
solidaria iluminación que persigue. El prefijo “des” con que se inicia el
subtítulo de esta última sección reitera una práctica que el autor ha seguido
en la elección e invención de vocabulario para escribir Temblor Acorralado.
La misma nos refiere al propósito clave de la escritura de Pedro Juan Avila
Justiniano en esta obra: cifrar visiones liberadoras para las diversas formas
de opresión y de sufrimiento que nos estremecen en el Puerto Rico actual, en
el mundo de hoy. Así lo percibimos en el penúltimo poema del libro,
titulado “El canta en la miseria”, cuyo objeto lírico es el binomio artista–arte
en cuanto foco de resistencia contra la adversidad individual y colectiva. “El
mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”, dice el
epígrafe de Ernesto Sábato que ilumina el sentido del texto.
Destaco este poema porque el autor de Temblor Acorralado se
proyecta de cuerpo entero en función de poeta por medio del personaje que
retrata en su texto. Este es un músico pobre, marginado de los grandes
medios oficiales establecidos para difundir la música y sus intérpretes. Sin
embargo, él asume su arte libremente, sin renunciar a ser un buen artista, sin
proyectar una imagen lastimosa de sí mismo ni pretender ser un mesías.  
Para concluir, quiero señalar que es significativo el hecho de que
Temblor Acorralado comienza y termina con poemas dedicados al poeta y su
proyecto lírico. El primer poema nos dice que ese proyecto consiste en
“orar”, en el sentido de expresar amor y solicitar solidaridad para quienes
necesitan que exista una sociedad realmente democrática, libre y justa.
Pedro Juan Avila Justiniano es, entonces, uno de los muchos artistas que,
más allá de la moda momentánea, han hecho objeto digno del arte al ser
humano que sufre a causa de las múltiples estructuras de opresión que
entraña la vida humana. El último poema del libro nos habla de “resanar
rencores”, valiéndose del poder develador, consolador y de convocatoria que
tiene la poesía.
En ambos textos vemos, entonces, la imagen del poeta que, sin
rigideces ideológicas, cumple esa función compleja de siempre, y no bien
comprendida aún. Esa función consiste en ser el hermano, el amigo, el igual
camarada que convoca gozos y dolores, que devela logros y carencias, que
ilumina el misterio de existir, que construye su retrato y el nuestro al inventar
lealmente la figura del mundo mediocre y cruel en que vivimos, para aludir,
sin falsas ilusiones, sólo con la magia del decir auténtico, a otros modos de
ser persona y de convivir en sociedad que necesitamos urgentemente
comenzar a vivir.

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Referencia bibliográfica del artículo (según APA):
Pérez Toro, M. m. (2006). Vivencia de la Plenitud Conflictiva en Temblor Acorralado, de Pedro Juan Avila
Justiano. Horizontes, 48(94), 4-15. Recuperado de http://www.pucpr.edu/hz/084.pdf
Referencia bibliográfica del artículo (según MLA):
Pérez Toro, María de los Milagros. “Vivencia de la Plenitud Conflictiva en Temblor Acorralado, de Pedro
Juan Avila Justiano.” Horizontes 48.94 (2006): 5-14. Horizontes. 3 Sep 2009

Las referencias anteriores se basan en los siguientes manuales de estilo:
American Psychological Association. (2010). Publication manual of the American Psychological
Association (6th ed.). Washington, DC: The Author.
Gibaldi, J. (2009). MLA handbook for writers of research papers (7th ed.). New York, NY: Modern Language
Association of America.

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