Sobre La trama de San Miguel del dramaturgo dominicano William Mejía


Los pasos sigilosos del odio, la ira y el miedo en La trama de San Miguel de William Mejía

Al volver a esta hermana nación evoco con una dulce nostalgia los instantes
inolvidables cuando asistí con mi ya desaparecida compañía de teatro Coturno
al Festival de Teatro de Azua. No puedo olvidar, sobre todo, aquel momento cuando llegamos procedentes de Santo Domingo, la Capital, y un enjambre de personas agitaban banderas saludándonos, constelados de un júbilo indescriptible. Luego, nos confundimos en abrazos, en estrechones amistosos, señal inequívoca de que somos un pueblo hermanado en fecundos haceres y promisorias esperanzas.
Tal parece que el Dios de la vida, ya casi al final del recorrido, me quiere bendecir con una renovada alegría. Me ha traído hasta aquí para encontrarme nuevamente con uno de los protagonistas de aquella excitante jornada de Azua y compartir con ustedes el feliz acontecimiento de este merecido reconocimiento.
Este prolífico y galardonado autor y promotor de la cultura me honra situándome entre reconocidas personalidades del ámbito literario dominicano e hispanoamericano. Me brinda de este modo la oportunidad de comentar su pieza dramática La trama de San Miguel. Debo advertir que lo hago solamente desde la perspectiva de cultor del drama y la poesía, sin las pretensiones de la crítica erudita.

El prominente semiólogo Humberto Eco distingue en el texto de ficción varios niveles estructurales. Nos habla del mundo ficcional, compuesto por la fábula, la intriga, los mitos, el discurso, la temática, el conflicto. Asimismo, se refiere al mundo de referencia, que es el lugar concreto desde donde, en este caso, el lectador (es decir, el lector-espectador) interpreta y cuestiona la ficción. Para ello se dispone de códigos que permiten la interacción, la legitimación e interpelación.
Permítanme primeramente hacer referencia en al obra que nos ocupa a ese mundo ficcional. Hablemos de la manifestación lineal, visible, lo que resulta de la textualidad de esta pieza de William Mejía. El dramaturgo nos sitúa dentro de la pequeña comunidad de San Miguel (apenas seis hileras de casas) que urde, desde la sala principal del ayuntamiento o cabildo, el ajusticiamiento del Jefe, del tirano. Los personajes de la intriga, a los cuales nos referiremos más adelante, parecen representar a primera vista tan sólo tipos o clases sociales de la comunidad: la burguesía adinerada, los dirigentes políticos, la iglesia, el hombre común. Nuestro dramaturgo va tejiendo por medio de los diferentes elementos de la obra una atmósfera de contrastes antagónicos como es cierta plasticidad colorida que en otro contexto podrían sugerir fiesta y alegría, pero que en este pequeño mundo resultan complementarios al clima de temor, desconfianza y enajenación. El peluquero que desatiende su habitual faena, el zapatero que altera su aparente pereza y trabaja hasta la madrugada, el sastre que cose sin hilo en su máquina, la experta rezadora que olvida su experimentado oficio, la gente que espera algo en un estatismo cuajado de incertidumbre. Todo esto ocurre ante la esperada visita de ese ser, de esa figura inmersa en una especie de niebla que viene a un acto oficial de inauguración, lo cual representa la oportunidad de la venganza o el ajusticiamiento. Se van revelando diversas razones que justifican el crimen que anticipan; todos tienen un motivo: la extrema ostentación en el mobiliario del Jefe, prueba de su pillaje, los resentimientos personales que llevan al deseo de venganza, el despojo y la abusiva apropiación, no sólo de los bienes materiales, sino de la honra y la dignidad. En esta situación dramática aparece el Padre Trejo, quien está involucrado también en el complot, pero muestra preocupación sobre la manera en que se ha hilado lo que considera necesario e inevitable. Asimismo, hace su entrada a escena el síndico Ramón para informar sobre los preparativos, pero a su vez, expresa el presentimiento del fracaso. Mientras tanto se va acrecentando el miedo en el Hombre 1, rico del pueblito. Este augura que todo ha de ser descubierto.
La entrada del Extraño, quien no revela su nombre, hace crecer aún más la tensión de los agonistas del drama. Viene en un nubarrón de misterio a advertir de la sagacidad del Jefe. El impacto de la presencia de este hombre tan misterioso en el síndico es tal, que una vez el Extraño se va, cae en un estado de histeria, paroxismo y profunda angustia. Todos empiezan a especular sobre la identidad del forastero que sorpresivamente los ha visitado. De pronto perciben en un destello de luz la señal esperada. Hay algarabía, júbilo y euforia general, pero súbitamente va decreciendo ese estado de inesperada alegría. Irrumpe en escena muy agitado el Franqueador. Anuncia lo que nadie sospechada: No hay que esperar por el Jefe. Éste, hace tiempo ha estado rondando por esos contornos, disfrazado con una máscara que se asemeja a un rostro humano y con ropa de hacendado. El terror se apodera de los personajes.
En el epílogo de la pieza, que viene a ser la conclusión del prólogo, se revela el desenlace de aquel fracasado intento. Todos son de alguna manera castigados.

Como sabemos, para valorar un texto dramático tenemos que tener en cuenta que es más que una acción o concatenación de hechos. Es un tejido se símbolos, sonoridades, de ritmos, de elementos plásticos y otros no verbales. No es meramente la trasmisión de ideas y sentimientos por unos caracteres que enfrentan un conflicto en el universo de la ficción. Se trata de la relación entre textualidad, teatralidad y mundo ficcional. Esto implica la adecuada selección de un efectivo vocabulario entre los actantes, de las formas verbales que utilizan, de la naturaleza de los parlamentos o masas de palabras, de las estructuras discursivas para que el lectador tenga la representación mental que el dramaturgo se propone concientemente con su texto. En esta obra que comentamos el autor se vale de variados elementos plásticos muy sugerentes, consignados en las didascalias de cada una de las partes de la pieza. La fotografía recostada sobre la pared y cubierta con un velo, que a mi modo de ver no sólo crea interés y expectación, sino que forma parte del conjunto ideológico de la obra ya que el personaje por el que esperan en todo momento también encarna lo oculto, lo misterioso, lo indescifrable.
La información concerniente a la exposición del argumento nos es traída por el autor por medio de elementos lúdicos de los personajes del Hombre 1 y la Mujer 1. En el intertexto nos recuerdan a aquéllos de la antigua comedia romana y la posterior Comedia dell Arte Italiana. Los personajes juegan con el ritmo de las palabras. Las acortan, las alargan, las riman, las llevan de un lado para otro como si fueran objetos de su juego. Todo resulta desde el comienzo en una gran ironía, en sinuosidades conceptuales, en polisemias que nos prepararán para el desarrollo de la historia.
Este irónico mundo de sonoridades y plasticidades se enriquece con la decoración del salón donde transcurre la acción. Además, con recursos auditivos como los sonidos de los instrumentos musicales de viento, el repique de campanas , la algarabía que suscitan diferentes momentos de la trama , el himno y la música militar o el relincho de un equino. Por otro lado los contrastes claroscuros que son indicios de la situación de contrastes que el dramaturgo acertadamente presenta.

Los personajes o actantes no son meramente figuras humanas, sino fuerzas vivas en el drama. El contexto político, cultural y social se advierten en los componentes de la obra, pero sobre todo en los personajes.
En teatro hablamos del inconsciente del texto, lo que oculta, el contenido implícito o latente, esencial al mensaje. Advertimos en el subtexto del título de la pieza de Mejía su intención irónico-crítica. Cabe señalar que San Miguel es el príncipe de los ángeles, el que dirige los ejércitos celestiales. Tradicionalmente se asocia con la protección y el poder sobre el mal. Por eso se le representa con armadura de general romano, amenazando con su lanza a un demonio y un dragón. Pero además San Miguel tiene la cualidad de la misericordia y la paciencia. Es evidente que este pueblito de la historia de Mejía pretende ser ese arcángel justiciero capaz de vencer y destruir al tirano en un acto de elevada justicia.
Los actantes , por representar fuerzas vivas del drama, sus diálogos y parlamentos funcionan como una serie de signos fónico-semánticos, que nos hacen, como lectores y espectadores, experimentar emociones, acercarnos empáticamente o distanciarnos críticamente. En el prólogo de la pieza la Mujer 1
no ha dejado de cantar desde que enmudeció San Miguel. Pero la letra de esta canción lo que hace es subrayar el mutismo en que se sumió el pueblo desde que se experimentó el fracaso, metaforizado con la palabra ciclón. La gente quedó paralizada e impotente. La terrible experiencia llega al extremo de reducir a la población a seres enajenados, abúlicos, “amontonados”. Lucas, el Presidente del Ayuntamiento e Inés su mujer, de elevada posición social, son seres lacerados y carcomidos por el odio. Adheridos al sentimiento de venganza. Por ellos vemos una clase social humillada, herida profundamente en su dignidad humana, víctima de los caprichos de un tirano perverso y pervertido, que no se detiene en sus nauseabundos caprichos. Mejía los caracteriza poéticamente al decir la Mujer 2: “…le pusieron garfios a su ira, encarnándolos a cada instante en los destellos que proyecta la imagen adulada del compadre”
Resulta muy interesante el modo como Mejía caracteriza en su obra al Padre Trejo. Lejos del discurso conformista de una religión de letargo y sumisión, el Padre Trejo, justifica el acto violento por ser justo e inevitable. He aquí sus palabras: “Cuando se trata de eliminar alimañas monstruosas, se le hace un gran servicio al mundo; si es que se actúa dentro se los límites que impone la
razón”. La razón en un hombre de fe es lo que impera en las palabras de este Padre. Aconseja mayor organización y planificación, mas al final les bendice.

Con estas breves formulaciones sólo he pretendido esbozar algunos elementos sobresalientes de esta magnífica pieza teatral de mi amigo William Mejía. Falta mucho por decir sobre la misma, estoy seguro. Sin embargo, seremos afortunados nuevamente, doblemente, si presenciáramos su puesta en escena.
En la historia e intrahistoria de este hermano país y de tantos otros pueblos hispanoamericanos está enraizada esa terrible garra del dolor que produce la tiranía. Han sido muchas y hondas las heridas. Las cicatrices no terminan de sanar. Por eso obras como las de nuestro dramaturgo representan la catarsis, que permiten la expiación, la sanación necesaria.
Para un buen director y para unos buenos actores este texto tan sugerente, tan rico en matices y resonancias, es una deliciosa tentación. Muchas gracias.
Pedro Juan Ávila Justiniano
Marzo de 2008

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