Prólogo de la poeta y profesora Iris Miranda sobre el poemario más reciente de Pedro Juan Ávila, Cuando el viento y el beso confabularon

Camino por la fábula amorosa de Pedro Juan Ávila

Confabular, bien podríamos decir, es ser cómplice de una historia que, en esta ocasión, ofrece al lector el quehacer intimista del poeta y sus claves para la creación. De esta manera Pedro Juan Ávila Justiniano, hacedor de imágenes sorprendentes y aquilatado poeta, nos entrega sus versos en Cuando el beso y el viento confabularon, poemario que se divide en cuatro partes: Gime la sombra, Lo mejor del edén, No son ansiados todos los caminos y Seamos uno solo en el silencio  y que contiene 53 textos. Los temas principales de este poemario se desprenden de una visión romántica del alma poética y son: la metapoesía, la soledad, la mujer, el recuerdo y el eros, entre otros. El lector disfrutará de variaciones del género poético como lo son el poema en prosa y el microrrelato en el que parece advertirnos  que todo es poesía. El poeta se ubica en este espacio para describirnos su perspectiva: “Está echado en este páramo como un trapo sediento en el desierto. […]” (microrrelato, El musgo).  Y así nos cuenta su génesis creadora: “Cuando empieza a fraguarse la evanescencia, un silbo le desprende un reflejo.” Reflejo que no pocas veces nos cegará en su ludismo retórico.  Génesis que tiene como principio la musa mujer que lo inspira, la que cae suave como traída por el viento-silbo hacia sus letras: “Llegó ese silbo que fue creciendo en mi vacío, hasta forjar a la mujer que hizo caer el aguacero.” (microrrelato, Cuando el beso y el viento confabularon).

La primera parte, “Gime la sombra” contiene poemas que giran mayormente en torno a la metapoesía.  Aquí Pedro Juan Ávila se desnuda al brindarnos sus procesos de creación del poema, que en “Ecuación de destino” es el llamado de las musas para el romance que concebirá  a sus versos. Nótese el uso complejo del recurso de la sinestesia, característico de su poesía:

Te he buscado
desde el primer misterio.
Pero no escucho tu olor musical
ni veo tus reverberaciones.
Quisiera desnudarte para el holocausto
arrancar tu fruto
para lamerlo empapado de arenas.

Aunque el camino esté cuajado en tremedales
Palabra mía
no tardes en llegar.
           
Desde otra perspectiva, el poeta, está a la espera del poema y nos sitúa en una casa playera por la que se pasea en busca de la poesía que no logra encontrar en ninguna parte en “Esta casa que late sin su eco.” Obsérvese el uso singular de la personificación y de la imagen sensorial auditiva que destacamos a continuación en este fragmento de este poema en el que describe el silencio devastador de no poder escribir, escribiendo:
Ella está ahí
pensada por la pluma entre los dedos
el único lugar donde es enredadera.
Cercanamente ausente
como el musgo que musita sin su silbo
desmemoriada en el seco rumor de su partida.

Cae una cuerda rota
que desvela los labios
en la balada de los muchos silencios.

El oficio de poeta, descrito como uno de soledades  entrañables, en “Gime la sombra”, resulta en uno de sencillez expresiva y anhelante: un poema de despedida, de autorreflexión y de dulce profecía ante el paso del tiempo. En fin,  uno de los poemas más logrados de este libro:
nadie estará contigo cuando desaparezca
como una miga leve que el tiempo pulveriza
y sólo volveré
                                        si me pronuncias.

El “cuando”, el tiempo en que nacen sus poemas, se ha comenzado a explicar. La noche es, pero una noche iluminada de figuras fantásticas y evocadoras del amplio universo poético de Pedro Juan Ávila Justiniano. Esto se advierte en “Rutilante nocturno”,  “Cuando la luna sabe de poesía” y “Mientras afino mi guitarra” presentado como una especie de bohemia introspectiva en la cual la luna protagoniza, su guitarra, sus recuerdos de infancia y el arribo de la mujer poesía:
¿De qué sirve la noche si cierro la ventana?
Debo ver la arboleda auparse en las bandadas
y aquel coro de rosas entonarle a la luna.
Bostezos de panteras se prenden en mis ojos.
                                   (en Rutilante nocturno);

Esa fiel inquilina de la noche
se funde con la garra de un verso
perdido entre papeles.

Esta noche moriría junto a ella
intentando un poema.

(en Cuando la luna sabe de poesía)

y,

Este arpegio sigiloso
presiente en sus torsiones
a una mujer de niebla al fondo de su hielo.

(en Mientras afino mi guitarra).

En la segunda parte, “Lo mejor del edén”, el poeta bohemio nos invita a asirnos de sus versos para salir de lo cotidiano y valorar su obra copa en mano, ventana abierta, con el pecado y lo atemporal en la prosa poética que culmina en una sentencia mística salida del desierto, personificación de su anhelo:
“Es que siempre el oasis buscará al espejismo.” (Para amordazar la soledad). En esta parte, nos plantea el tema del amor en sinestesias interesantes que describen el momento del cruce de las miradas amorosas, en el poema, “Hora de la mirada”: “hueles a calentura de luna (…)” y “emanas luz cremosa/en los vaivenes de tu respirar.” Tema de otros dos poemas: “Rastro” y “Delicia en tus ojos resbaladizos”.
El amor en “Lo mejor del edén” es todo, es reto a la forma de expresarlo en su llegada, en su estancia y su partida. El clímax de esta sección lo encontramos en el poema “Fulgurante desvarío”, un poema de hechura pavorosa que nos remonta a la figura del rey del Cantar de los cantares enamorado de la sulamita cuando pregunta al principio: “¿Cuándo me llevarás cerca del fuego/ donde cueces el sol de mis fragores?” y en el cierre del poema cuando afirma: “Darán cuenta de mí/ las paredes de tu alcoba”. Este es el goce del amor, tema que converge con la metapoesía en este poemario y observables ambos en: “El poema que busco”.  El lector se deleitará en el encuentro de imágenes seductoras y versos de memorable ejecución.
La tercera parte de este poemario lleva un tono autorreflexivo, meditativo por lo que los temas girarán en torno a sus recuerdos, lo que sentencia en una línea de la prosa poética “Más allá de mis manos”: “De la niebla nadie puede huir; tampoco del recuerdo”. Se trata de versos que anuncian la llegada del otoño casi invierno, versos que se despiden entre sus anhelos.  La mujer amada, la que espera, la que envejece, es co-tema en casi todos los poemas de esta sección. Tema, que es compartido con autorreflexiones de la partida del amor y de su soledad en “Lo esperado”: 

Cuando el silencio descifre la nostalgia
regresará la luz.
El pabilo en mi alcoba
intentará resucitar la claridad
aquella primera tonada buscará seducir
la carne de mis manos.

El demonio que me ocultó
en la garganta de un túnel penitente
en un nudo de sílabas de hierro
será tan sólo un extirpado comején.

Estoy cansado de golpearme contra mi sombra.

En este mismo tono Pedro Juan Ávila Justiniano nos obsequia, “No son ansiados todos los caminos”, un poema memorable, valiente, de herida abierta que enfrenta la realidad de la muerte y la terminación del oficio poético; poema que señalamos es todo un manifiesto testamentario en la literatura puertorriqueña. Observemos el siguiente fragmento, la autorreflexión sobre el rol del poeta:
                                   En la página
                      quiebra el glosario de su soledad.
                      Entre sus manos
                      esconde los fósforos quemados
                      ante la flama ausente.
                     (en No son ansiados todos los caminos)

La cuarta parte “Seamos uno solo en el silencio” cambia la tonalidad y nos devuelve al ludismo alegre y melódico desde una particular invitación: “Múdate a mi poema con todo tu equipaje/ un loco nos espera con el fuego en sus manos.”  Los temas rondan alrededor del amor que se invita, que se añora, del poeta y su maestro, y una hermosa “Bienaventuranza” en prosa en la que nos constata el motor de su creación y afirma su contento, su agradecimiento: “Bienaventurada la mujer que rescata a un poeta de su desolación, porque de ella es el reino de la palabra.” El poema se ha vuelto amada de palabras y palabras de la amada.
Este poemario, plenitud de oficio de poesía -colmado de alusiones que conforman la identidad y apego a la naturaleza patria-,  cierra con la misma savia vital que lo motiva, la amada, en el penúltimo poema, “Porque todo será la primavera”, donde sin importar el sino, ella será recordada: “Vivir será otoñarte /en la acuarela alucinada de mi pasado.”;  y, en el poema final, “El viento, el beso y ella” un sin igual regreso y homenaje a una mujer diferente y muy lejana en el tiempo, que a través del viento y la co-fábula de un beso, le ayuda a nacer su poesía:

                       Una mujer entre voces ancestrales
                       se irguió ante el baldío
                       Se han demorado mucho las espigas
                       pensó
                       hace falta el hálito primal
                       frotar cemíes para que el cielo
                       vacíe sus alforjas.


Cuando el beso y el viento confabularon es la entrega de un poemario de memorables imágenes poéticas y pasión reveladora que llevará al lector exigente a mundos de inesperada y acertada belleza.  Las gemas de esta divina sustancia fluvial laten por sus venas, Poeta, como la historia, la leyenda y su poema.

¡Enbuenahora!

Profa. Iris Miranda
Universidad Politécnica de Puerto Rico






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