Para volver a mirarte de Pedro Juan Ávila Justiniano Ángel M. Encarnación Rivera
Para
volver a mirarte
es una colección de cuentos publicada por Pedro Juan Ávila Justiniano en el
2016 bajo el sello de la Colección Guajana. Ávila Justiniano es un reconocido
poeta, dramaturgo y profesor que tiene en su producción intelectual una serie
de obras creativas y de investigación muy reconocidas.
Este cuaderno de relatos consta de veintidós relatos
breves y desconcertantes que nos raptan desde que nos sometemos a su lectura, a
los manejos técnicos del autor, el que, como una entidad perturbadora, recrea
escenas, conflictos y soluciones para manipularnos. Los títulos aluden
conceptos, ideologías, experiencias que van de lo socio-histórico a lo
folclórico-humorístico. Algunos de ellos
se podrían catalogar como brevísimos. Tal es el caso de “Una Julieta
precavida,” (p.56), “El irresoluto camaleón puertorriqueño,” (p.58), “Aldonza,”
(p.60) y “El hombre de angustiosa apariencia,” (p.110).
Estas narraciones vienen acompañadas de unos
excelentes comentarios de Susie Medina-Jirau, quien recrea las incitantes y
poéticas técnicas que el autor maneja a través de sus páginas. Medina-Jirau nos
revela muy acertadamente que estos relatos conjugan, entre otras, actitudes y
emociones como la burla, el amor, el odio, el abuso, la compasión. Son relatos
imbuidos en los temas de la muerte, el arte, lo misterioso, la otredad, la
locura o el extravío, lo inconcluso de la vida, la fatalidad, la maldición, el
pasado torturador, lo imposible...
“Lo
que jamás ha de volver,” (p.5), el primero de ellos, es un relato que tiene la
trama de una leyenda popular y universal sobre el amor misterioso y fantasmal
entre una pareja cuya hembra desaparece inexplicablemente. La atmósfera
detectivesca nos teje ese misterio de una mujer, aparentemente caprichosa, que
juega con el amor de sus pobres víctimas mientras seguimos el ritmo de la
lectura sin sospecha alguna. No es hasta el final que nos enteramos que dicha
mujer lleva varios años de muerta. Hemos caído en una trampa al ahogarnos en el
viejo cuento de la mujer que ha muerto y aparece para perturbarnos. Es encomiable la técnica narrativa del juego
detectivesco para disfrazar un desenlace popular, conocidísimo.
El uso de leyendas, historias de tramas universales,
personajes literarios, así como sabiduría popular, son algunos de los recursos
favoritos en esta colección. La trama de esta “leyenda” está narrada en primera
persona de parte del varón, quien nos comunica los antecedentes de ese amor
profundo y total hacia Estela, interesante y guapa mujer que aparece en el café
donde el narrador trabaja como cantante. Es una trama muy dinámica que comienza
cuando Estela escucha cantar al enamorado, se conocen y se citan. De allí
parten al viejo San Juan y durante semanas visitan El Condado, Isla Verde, Río
Piedras, Plaza Las Américas… El relato nos sumerge en esta trama de amor en
conflicto sin que sospechemos el desenlace. Es un final humorístico,
sorprendente, con una carga lúdica renovada que nos hace reírnos de nosotros
mismos por haber caído en esta trampa burlona que es todo buen cuento.
Ávila Justiniano logra aunar las fronteras del
género narrativo y del ensayo para plantearnos indirectamente la teoría de que
originalidad no consiste en lo que se dice, sino en cómo se dice. Así tenemos a
un creador sarcástico y burlón detrás de sus historias, las que se diluyen en
tramas detectivescas, tramas de tensión o de terror, cuentos fantasmales, junto
a erotismo y fantasías lúdicas. Lo que más nos llama la atención es la mirada
burlona del autor jugando con nuestra curiosidad literaria, dándonos un revés
intelectual con los desenlaces.
El misterio, lo imaginario y lo desconocido se
trabaja con igual plasticidad y elocuencia en casi todas las piezas del
cuaderno. Siempre nos encontramos insertos en la trama, desde el mismo inicio,
de donde no podemos salir hasta dar con su desenlace. Esto sucede desde el
principio de la lectura cuando en pocos trazos caemos en medio del conflicto,
absortos, agarrados, a veces por una frase muy corta, involuntariamente. El
autor no nos prepara para guiarnos al conflicto, nos introduce en él
inmediatamente. Esto es otra virtud narrativa que muy pocos autores dominan. Así,
somos víctimas de seres que se relacionan por medio de una programación de
televisión sin que haya interacción ni contacto entre ellos. Otras veces el
encuentro se da con la lectura de un escrito o la observación de un cuadro; tal
vez topemos personajes literarios que han tomado vida propia al desencarnar de
sus clásicas páginas como Dulcinea o Romeo.
Hay tramas gemelas como la de “Hortensia” (p.62) y la
de “El robot” (p.69). Hortensia es una mujer que reside en un asilo para
personas mayores a donde llega una estudiante para un empleo de verano. La
joven encuentra que la anciana es un ser encantador. Se ha dedicado a atender a
los ancianos, a escucharlos, dándole mayor atención a Hortensia. Una fotografía
de la anciana en un álbum de fotos trasmuta a la joven en Hortensia. “El robot,”
trata de un niño que se encarga de armar un muñeco con piezas diversas mientras
estudia por Internet durante diez meses. Al lograr armarlo, el muñeco y él se
coinvierten el uno en el otro. La conversión no es nada relevante, es la manera
maquiavélica en que el autor nos engaña, nos hace una tomadura de pelo para que
lo sigamos en su juego de palabras que conducen a un choque de experiencias
múltiples como la sorpresa, la frustración, el recuerdo.
Estos seres viven en una realidad que los entrampa y
los compromete para hacerlos escapar de sí y de sus aplastantes verdades. Su
realidad es una red, un entrampamiento. Es un proceso de cambio que no se logra
vivir si no se encara con dolor, y toda fuerza, a pesar de ser una realidad
fantasmagórica. Encarar la verdad y la fatalidad de sus decisiones los
transforma en seres distintos para bien o para mal. Uno de esos casos es el del actante de “El
hombre que no tenía a quien amar,” (p.76). Este ser culpa a su madre de sus desgracias; de
pronto decide asesinarla luego de haber definido el origen de su situación
agobiante, la que proviene de la madre. De muy niño había tenido que soportarla
como prostituta, como mal viviente. Experimentar esta conducta llegó a destrozarlo
y a no permitirle crecer desde su temprana niñez. Cuando decide asesinarla
descubre el perdón, el amor, la bondad sale a flote:
El hijo la sostuvo para que
no se precipitara sobre el suelo. Intentó levantar el cuchillo y apuñalarla
hasta la muerte. Se detuvo y empezó a estremecerse con un golpe de lágrimas y
quejidos que le entrecortaron la respiración. El arma rodó hasta el suelo entre
los dos cuerpos. El hombre levantó a su madre y la abrazó. (p.83)
Es que estos seres tratan de buscar su realidad,
escapar de sí mismos hasta que encaren sus frustraciones, sus temores, sus
desengaños. Si no los enfrentan fríamente, no se descubren, no trascienden. A
veces es una verdad doble cuya personalidad consta de una verdad física y otra
sicológica como la de Turín, en “Turín de la Sombra,” (p.84). Este es un ser entre
literario y real que escritores, como René Marqués, y músicos y artistas
trabajaron con interés y simpatía hasta convertirlo en un ente de ficción. Turín
era un ser que tenía el lado derecho “horriblemente desagradable. Otro personaje
similar tal vez sea un alma en pena que trata de huir de su caja mortuoria
buscando un ser que lo entienda como en “Una larga calle desolada,” (p.87). Quizás
sea alguno de ellos la prostituta de “El otro amante,” (p.96), a quien un
ingenuo amante-cliente la hace perderse en el recuerdo del joven que se quedó
mirándose es sus espejos.
Muchas veces los personajes vienen al mundo con una
tortura infernal; estos, para conocer sus instintos valiosos, como la
compasión, primero deben sufrir las peores experiencias, que van contra sí
mismos. Son seres amargados o entidades diabólicas no humanas. Gran parte de
ellos arrastra su amargura delante de los demás y busca reír, aunque lleguen a la
muerte, porque es preferible morir riendo, ya sea por última vez. Pero, aun así,
la risa no puede borrarles la amargura de su semblante. En “Compulsión”
(p.115), lo que atormenta es una palabra una entidad diabólica, que es símbolo
del miedo a verbalizar la realidad: “Se dio cuenta que ese signo del demonio,
babeaba en sus manos un frío de vellos venenosos. Era un conjuro multiplicado
en las márgenes del papel.” Trágicamente, y de forma muy original, la palabra
persigue al ente en su intimidad; luego de escapar por la ventana, la palabra
regresa con un golpe aterrador que le abrió paso al aposento y enfrentó al
perseguido nuevamente.
La técnica más sobresaliente es la del equívoco
deliberado. Se logra elaborando un ambiente multisituacional y una
caracterización compleja. Sus personajes pueden ser menores de edad, pero son
científicos, artistas, creadores talentosos sumidos en confusiones, sacrificios
enormes, en ideales heterogéneos no bien definidos. Para complicarnos más, como
ya dijimos, los desenlaces son abiertos y dejan al lector perplejo y
desamparado.
El lenguaje con que compone sus narraciones las
vuelve atractivas y únicas; construyen ambientaciones de sabor especial por sus
significados humorísticos y sorpresivos. Son frases y modismos que llenan de
fuerza la atmósfera que describen, pero, por su sentido de apertura son exactas
y eficaces. Son frases como: “una noche lampiña de estrellas,” (p.6); “gritos
apestosos,” (p.8); “envueltos en palabras letrinosas,” (p. 24); “La noche se
abulta sobre mí,” (p.34); “Que terminó sus días envuelto en lodo y fetidez
porcina revolcado hasta el delirio en una cochambrosa felicidad,” (p. 61).
La mención de su estilo nos hace ir sobre el título:
“Para volver a mirarte.” Puede
significar tantas cosas, y a la vez se amolda a varias tramas y ambientaciones
que nos deja mudos. Resulta muy significativo analizar ese sentido de “volver a
mirarte,” lo que relacionamos con la reconstrucción de tramas, asuntos y
personajes nacidos en nuestra cultura, las letras y la cultura general. Es como
si dijera volver a mirar el mundo que me forma; volver a las artes, las letras,
el pasado cultural que me ha hecho crecer y sobre el que creamos nuevas obras.
Es volver sobre lo existente, sin alardes ni exageraciones para darnos una
aportación. El título, tanto como el resto de su obra, queda a nuestro
arbitrio.
Como han reconocido intelectuales de la talla de
Huizinga, Bart y Eco, la literatura es un juego y someternos a sus manejos es
participar de dicho juego. Ávila Justiniano emprende el acto de creación con
una voluntad lúdica apreciable, encomiable, como lo ha sido en todas sus obras
literarias. La presente es otra viva muestra de su talento.ico
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